Las despedidas nunca han sido mi
fuerte. Me vuelven débil, vulnerable, me saben un poquito a muerte. Un adiós es
como acabar con una parte de ti, por eso
nunca uso esa palabra, prefiero un ciao, un hasta luego, nos vemos pronto. Decir
adiós, es como arrancar un poquito de tú propia esencia, ya que, como dicen,
formamos un todo. Una experiencia de vida que hace lo que somos, personas
auténticas en continuo crecimiento. Y crecer no es nada fácil, diría que es la
tarea más compleja que tenemos por delante. Una lucha, no tan solo interna,
sino una lucha contra el medio, contra todo aquello que no permite salirte de
lo común, de lo habitual, de lo mediocre. Y no digo mediocre en tono despectivo,
aunque lo habitual desprecie todo aquello que busque otro camino y se salga de
los esquemas programados, sin que nadie te haya preguntado si quieres formar
parte de ese esquema. Pero aún así te forman para seguirlo, para seguir una dinámica
continua de destrucción que te convierte en vacío. Y debo reconocer que nunca
he sido buena seguidora de nada, y de nadie. Como buena cabra montesa- o carnero cimarrón, que en el fondo lo mismo da- ando a
mi manera, pienso a mi manera, y huyo a las montañas, sola, cada vez que me
place, o que noto un peligro inminente. Puede que sea como un animal que huele
el desastre antes de haber llegado, e
intenta defender su espacio sin tener que enfrentarse en lucha, la lucha por
ser lo que uno quiere ser. Ser sin molestar a nadie, aunque el simple hecho de
ser, molesta. Es un continuo reclamo. Utilizan tanto el verbo eres, que desvirtúan
y desvalorizan cualquier contexto en donde te encuentres. Y repito que
encontrarse no es tarea fácil, pero más
difícil aún es cuando te entorpecen el recorrido. Supongo que debe gustarles tanto lo
distinto, como a mí las despedidas.
1 comentarios:
Las despedidas son muertes en miniatura.
No las llevo bien.
En cuanto a lo de ser seguidor de algo si tu eres cabra montesa yo soy toro salvaje.
A mí me molesta todo.
Saludos.
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