No es nada sencillo escribir.
Ocultarse tras las letras para contar Dios sabe que, para qué y para quien. A
veces te llena, otras te vacía. Otras se vuelve tan solo, molesto. Molesto, esa
palabra me suena tanto… No sé porque el mundo se empeña en que todo es una molestia.
No paramos de quejarnos. Si no nos miran
nos sentimos ignorados, y si nos buscan nos sentimos agobiados. Preferimos mil
veces cientos de palabras insultantes, a una sola palabra amigable. Porque lo
amigable asusta. Automáticamente pensamos más allá de los esquemas trazados.
¿Qué querrá? Empezamos a imaginar mundos
fantasmagóricos donde somos abducidos por el amor y todos esos menesteres que
no nos gustan nada, porque estamos acostumbrados a la soledad, al odio, a la
envidia, a la rabia y la mentira. Y por naturaleza eso ya nos parece lo normal,
mientras que su contrapartida se convierte en peligroso, ñoño y aburrido. Y de pronto
la pregunta se transforma en… ¡yo ya sé lo que quiere! Tú ya sabes, yo ya sé. ¡Pero
qué diablos sabemos! Si supiéramos algo, una pequeña parte de lo grande que
puede guardar cualquier acto y cualquier pensamiento, nada sería como es.
Absolutamente, nada. Y por eso digo que no es sencillo escribir. Ocultarse tras
las letras para contar Dios sabe que, para que y para quien. A veces te llena,
otras te vacía. Otras se vuelve tan solo, molesto. Molesto, esa palabra me
suena tanto…
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