No conozco a nadie que no le
guste el arco iris. Cuando aparece nos quedamos mirando el horizonte, deslumbrados,
enganchados a su belleza. Los colores parpadean, saltan unos encima de
otros para formar un sin fin de tonalidades. Es curioso como se gestan. Aunque
tampoco es tan curioso, digamos que es
lo normal, o al menos debería serlo. Nace, como todo, del amor, de la unión entre
la lluvia y el sol. El amor es capaz de hacer tantas cosas… hasta unir a dos opuestos que se complementan, que se
aceptan, que se abrazan para darlo todo de sí en la creación de lo bello. Es
curioso también las pocas veces que podemos ver ese milagro, porque
normalmente, nunca quieren encontrarse. Cuando llueve, el sol no quiere estar
cerca. Le parece un visitante feo, frío y sucio. Que engreído y cruel puede
llegar a ser creyéndose más importante que su hermano. Sale corriendo a Dios
sabe donde. Solo a veces, muy pocas veces, admite que la lluvia también tiene
cabida en este espacio llamado tierra. Y es ahí cuando , con un abrazo, con un solo abrazo cálido de aceptación, los colores danzan entre ellos, y
forman el milagro de la vida.
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