Después de tanto daño, después de tanto tiempo. Palabras nunca pensadas, jamás sentidas, y mucho menos expresadas. Palabras cubiertas por el amor. Pero por mucho amor que haya, amor no resta conocimiento, ni cordura, ni desconcierto, y palabra no dicha, enfermedad asegurada.
Tanto orgullo, tanto silencio, tanta crueldad regalada. Regalada a manos llenas, sin reparos ni conciencia, sin recuerdo de lo amable y de la ayuda porque sí, sin intereses ni miramientos. Recuerdos de aquel comienzo donde vendían los cuentos, y una vez comprados todos, ya sin necesidad de argumentos, utilizar el amor en beneficio y provecho. Pero el amor no casa con la humillación, no liga con la mentira, ni se deja seducir por la calumnia. No entiende de manipulaciones, de insultos, de intereses ni silencios.
Y a pesar de todo, el amor sigue su curso, entiende, perdona y nunca reclama. Pero siempre hay quien sigue besando el orgullo y la soberbia, la crueldad y la indiferencia.
Cuando el daño aprieta, el alma se desgarra y las manos se aceleran. El pulso no encuentra cobijo y la rabia por fin se llena de fuerza para alcanzar la salida y mirar a la cara de quien te condena.
Ya no hay disculpa, no existe consuelo para una vida desgarrada. La misma que pidió clemencia a un tribunal sin piedad, y sin entrañas. Un tribunal sanguinario que te sentencia a la muerte, sin esperanzas, y sin pena.