Miro, ojeo, observo. Nada es distinto, todo es igual pero diferente. Las imágenes me son familiares, de toda la vida, pero… ¿donde estoy? Intentando escribirte, “come sempre”; me leo, o creo leerte, y de pronto… no estoy. ¿Quien soy? ¿Que diablos hago aquí? Mi pasado se desdibuja y el futuro, eterno desconocido, se me muestra. Tarot, videntes, caracolas, runas y demás inventos… ¿para qué, si a un golpe ojo nos sabemos inútiles de cambiar lo que acontece? ¿Y? No sé. ¿Tú sabes? Quien sabe. Quizás tengas todas las respuestas; el mapa hacia la salida del laberinto del Fauno, las pistas que lleven a las minas de Rey Salomón, o que nos descubran la perdida Atlántida.
Alicia, sí, esa, la del país de las maravillas, regresó. Incluso la pequeña niña que calzaba zapatos rojos y seguía un camino de baldosas amarillas. Pero mi camino no es amarillo… ¿servirá si lo sigo?
¿Vistes? Ya dejo de ver el final del camino; y me encuentro. Puede que las baldosas se vuelvan negras, grises, rojas como algunos días, y si, por que no, ¡verdes! Que se levanten del suelo para hacerme tropezar, o que dejen deslizar mis pies como si bailara -porque ya sabes lo que me gusta bailar-.
¿Ves? ¡Para qué saber el futuro, si lo bonito es seguir el camino!
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